
El día 27 el Ayuntamiento cursó una invitación especial, para el gran acontecimiento que sería la proclamación de la independencia, al jefe de la escuadra libertadora, el Almirante Cochrane. Pero éste, comprendiendo que su categoría de extranjero lo ponía de hecho al margen de ese magno suceso, respondió que solo presenciaría el solemne acto desde Palacio, como un simple espectador más.
Y el tan ansiado 28 de julio llegó
Según el historiador Germán Leguía y Martínez, el sábado 28 de julio de 1821, la Ciudad de los Reyes amaneció “lluviosa y nublada”. No obstante, “a eso de las nueve”, el ánimo era completamente distinto: el sol iluminaba a la multitud congregada alrededor del tabladillo construido frente “al portal de Escribanos”, en la plaza de Armas de Lima.
Los pobladores de Lima desde muy temprano se fueron ubicando en la Plaza de Armas, lugar escogido para el solemne acto. En dicha plaza se encontraba instalado un tabladillo, que al igual que el levantado en otras tres plazas públicas donde se repetiría la proclamación, había sido construido por el maestro de obras Jacinto Ortiz, por orden expresa del Ayuntamiento. A eso de las diez de la mañana San Martín y su comitiva salieron de Palacio.
Según La Gaceta esta salida fue impresionante: “...salió éste de Palacio a la plaza mayor, junto con el excelentísimo señor teniente general marqués de Montemira, gobernador político y militar, y acompañándole el estado mayor y demás generales del ejército libertador. Precedía una lucida y numerosa comitiva compuesta de la universidad de SanMarcos con sus cuatro colegios, los prelados de la casa religiosa, los jefes militares, algunos oidores y mucha parte de la principal nobleza con el excelentísimo ayuntamiento: todos en briosos caballos ricamente enjaezados. Marchaba por detrás la guardia de caballería y la de albarderos de Lima; los Húsares que formaban la escolta del excelentísimo señor general en jefe; el batallón número ocho con las banderas de Buenos Aires y de Chile, y la artillería con sus cañones respectivos”
La comitiva no se dirigió directamente al tabladillo sino que dio una vuelta completa a la Plaza, desplazándose por delante del edificio del Ayuntamiento para luego seguir por Escribanos y Botoneros, la fachada de la Catedral y enseguida dirigirse hacia la parte central de la plaza, al lugar donde se levantaba el tabladillo.
El bullicio, según los relatos de la época, era enorme, pero cuando la comitiva llegó al tabladillo se produjo un emotivo silencio, en espera de las palabras con las que se sellaría la independencia del Perú.
Al lugar elegido como punto inicial del recorrido de las proclamaciones de independencia empezó a llegar la comitiva liderada por “los cuerpos del ejército”, que abrían paso a las altas personalidades de los ámbitos militar, civil y eclesiástico, así como “los nobles y las corporaciones”, todos montados a caballos, mientras que “los miembros del Colegio de Abogados, algunos jefes de oficinas y muchos vecinos de distinción” se movilizaron a pie. A esta comitiva le sucedió el general San Martín, acompañado por el gobernador, el marqués de Montemira, y seguido por “el Estado Mayor del Ejército y los generales”, además de “los alabarderos de Lima”, “los Húsares de la Escolta”, “el batallón número 8, vencedor de Chacabuco y Maipú, con las banderas de Buenos Aires y Chile” y “la Artillería, con sus cañones, listos para las salvas”.
Cuando el silenció reinó, San Martín, ya encumbrado sobre el entarimado y sujetando en su mano derecha el estandarte que “destacaba el nuevo escudo de armas de la ciudad”, pronunció “pausada, majestuosamente (…), con voz potente y vibrante” la proclama que selló simbólicamente nuestra independencia:
El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!
A este acto le siguió una explosión de sonidos: “las atronadoras salvas de la artillería”, “el repiqueteo tenaz” de las campanas de Lima, las melodías de las bandas militares y el entusiasmo del público.
Tras el éxito en la plaza Mayor, el cortejo desfiló primero hacia la plazuela de la Merced (2), después a la plaza de Santa Ana, actual plaza Italia (3), y luego a la plaza de la Inquisición, hoy plaza del Congreso (4). “Tres horas después”, la comitiva estaba de regreso al punto inicial. En palabras del veterano Tomás Guido, “en todos los espacios (…) apenas se podía imponer silencio”, pues “las aclamaciones eran un eco continuado de todo el pueblo”, que expresó “escenas tocantes” y “demostraciones” sinceras de “gozo”.
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Fuentes:
Leguía y Martínez, G. (1972). Historia de la Emancipación del Perú: el Protectorado. Tomo IV. Segundo Periodo. Capítulo II. pp. 406, 408-411, y Pérez, J. (1978). "Guido: Un cronista inédito de la expedición libertadora del Perú", Trabajos y Comunicaciones, 23, pp. 127-148, en 1821 PROCLAMACIÓNDE LA INDEPENDENCIA de Carmen Mc Evoy.
SAN MARTÍN, LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA DEL SUR Y LA INDEPENDENCIA DE LOS PUEBLOS DEL PERÚ (1819 – 1821). Jorge G. Paredes M.
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